domingo, 8 de diciembre de 2013

 EL ABETO DE CARTÓN. CUENTO NAVIDEÑO PARA LAS PERSONAS CON EL CORAZÓN MUY GRANDE.






 El  pequeño abeto sintió que alguien tiraba de él y le sacaba de golpe del lugar en donde se encontraba. No es que fuera muy agradable estar  metido debajo de una cama días y días pero, ahí estaba calentito y no pasaba frio. 
-Seguro que es jueves-, pensó.
     Todas las semanas, el mismo día, Paquita la asistenta le sacaba de un tirón protestando; después, pasaba la fregona por debajo de la cama y, con malos modos, le daba un empujón con el pie y lo volvía a colocar en donde siempre estaba.
-No sé para qué quiere este árbol de navidad, ¡solo para criar polvo!, si ya casi no tiene adornos. Cualquier día lo echo a la basura y luego averigua quién ha sido. ¡Señoraaa! ¿Tiro este cartón viejo que hay debajo de la cama de Esperancita?-, preguntó chillando a su jefa.
-¡Pero qué manía te ha entrado!-, contesto la dueña de la casa desde la habitación de al lado-. ¿A ti te molesta el pobre árbol? Pues déjalo en su sitio, tranquilo-. El abeto respiró satisfecho; hasta el jueves siguiente no tendría que  volver a preocuparse.
       La vida del abeto había sido muy aburrida y triste antes de aquellas navidades en  las que la niña de la casa lo rescató del cuarto de los trastos; antes fue una simple caja de cartón en dónde vino la nevera, bien protegida de los golpes pero, cuando la niña entró en el trastero y la vio, inmediatamente se dio cuenta de que de ese envoltorio se podía sacar algo hermoso; agarró una de las tapas y la llevó hasta el cuarto de estar.
- Mamá, ya sé con qué me voy a hacer el disfraz este año; esta caja me servirá para recortar un árbol de navidad 
      Doña Esperanza vio a su hija tan ilusionada que se prestó a ayudarla y, entre las dos, separaron el lado más grande para hacer un  abeto.
       Primero dibujaron la silueta y, después, con unas tijeras de jardinero lo recortaron. Estuvieron toda la tarde trabajando en él y por fin,        Esperancita pudo sacar la cabeza por un agujero grande que habían hecho a su altura. ¡Qué contentos estaban todos!, doña Esperanza y su hija porque les había quedado precioso y el trozo de cartón porque nunca se había visto tan guapo y bien arreglado. 
     La fiesta del colegio fue muy divertida y a los compañeros de la niña les gustó mucho su árbol de navidad. En el escenario todos aplaudieron con gana cuando apareció vestida de abeto y con una estrella dorada encima de la cabeza.
      La pequeña lo llevó puesto algunas veces más, pero desde que se  hizo mayor y se fue de casa, la vida de nuestro árbol había sido siempre igual: debajo de la cama, menos los jueves cuando llegaba Paquita. 
Ese día oyó un comentario de doña Esperanza a la asistenta:
-Este año viene Esperancita con mi nieta a pasar la navidad y seguro que le dará mucha alegría ver su antiguo disfraz, así que, ni se te ocurra tocarlo. Le traerá muy buenos recuerdos.
      Cuando el abeto oyó eso, le entró una alegría tremenda. Sabía que se acercaban esas fechas porque desde donde él estaba se oían en la televisión  los anuncios de turrones y de juguetes. También las muñecas de Famosa se iban acercando al portal y una cosa que se llamaba Lotería iba a hacer muy felices a la gente; por lo menos eso es lo que él escuchaba machaconamente desde el dormitorio de su amiga. De vez en cuando ponían también algunos villancicos por la radio y, entonces, sí que se ponía triste de verdad. Pero, este año iba a ser diferente, ¡venía la niña  de la casa! Se volvería a disfrazar y bailaría junto a ella cuando pusieran música en el CD.
      Pasaron unos días y todo seguía igual, hasta que un jueves doña Esperanza dijo que había que hacer limpieza general en su habitación. Lo volvieron a sacar de debajo de la cama y lo pusieron en el pasillo durante un rato, ¡por lo menos pudo airearse un poco! Cuando ya creía que lo iban a colocar en su sitio, se acercaron Paquita y su jefa, le pasaron un plumero por encima y le sujetaron de nuevo las bolas, el espumillón y la estrella de la copa. Desde donde estaba pudo ver, de refilón, la mesa toda adornada, ¡estaba preciosa! Se notaba que ya era navidad de verdad.
      Cuando terminaron, esta vez no lo metieron debajo de la cama sino que lo llevaron al salón y lo apoyaron sobre una pared muy grande, parecía que le habían puesto en el sitio más importante. Desde allí sí que podía ver todo bien-
-¡Anda, mira! Si está también el belén-, dijo recordando sus buenos tiempos. En ese momento, sonó un claxon en la calle y  doña Esperanza se asomó por el balcón.
-¡Son ellas!, Paquita, ¡son ellas!-, exclamó loca de alegría.
 A la pobre señora, siempre tan aburrida y sola, le cambió la cara; fue como si  se hubiese quitado de golpe una máscara llena de arrugas y tristeza  y, en un instante, hubiera recuperado la juventud y la lozanía que había perdido  mucho tiempo atrás.
      No os podéis ni imaginar la alegría que sintió el abeto al ver aparecer en el umbral de la puerta a su niña. ¡Cómo había cambiado!, Esperancita se había convertido en toda una mujer. En ese momento nuestro protagonista se dio cuenta de que ella había crecido mucho pero él seguía igual. Ya no le iba a servir para nada; no podría disfrazarse más porque él  se le había quedado pequeño. Entonces, toda su alegría se transformó en pena; pensó que su hora había llegado en cuanto pasaran estas fiestas. Paquita se saldría con la suya y lo tiraría a la basura.
      De repente, una cabecita pequeña asomó por detrás de la falda de Esperancita. Era una réplica de su madre pero en pequeño, ¡cómo  le recordaba a ella cuando pasaban juntos  las navidades! 
-No seas vergonzosa, Gema, pasa y dale un beso a la abuela. ¡Ay! pero si está mi abeto-, dijo emocionada cuando lo vio  frente a ella. Entonces se acercó a la pared en donde estaba apoyado, lo levantó en brazos y empezó a dar vueltas y vueltas por la habitación.
-Gracias mamá, no sabes la alegría que me has dado, pensé que lo habrías tirado-. Y dirigiéndose a la pequeña le dijo:
- Mira Gema, este árbol lo hice yo cuando era un poquito más mayor que tú y me trae unos recuerdos preciosos; ven que te voy a disfrazar con él.
      La pequeña empezó a reír cuando sacó la cabeza por el agujero del abeto, aunque su madre la tuvo que aupar  un poco para que se pudiese asomar;  entonces Esperancita, Gema y el abeto, empezaron a bailar, muy divertidos, los tres juntos. El árbol de navidad se llenó de felicidad y rió también con ellas.  Ahora sí que tenía confianza en el futuro, se había dado cuenta de que hasta que Gema creciese, todavía le quedaban navidades para rato.

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